© Alejandro Méndez

Post industrial boys o las voces del Mar Negro

Ningún ruido en el camino desierto, sólo la sombra de los pinares y la presencia intimidante de los grandes médanos. Bueno, esto no es tan cierto, ahora que recuerdo el sonido del mar estaba presente, pero con una presencia engañosa, aquella que produce la repetición de un sonido, una especie de mantra marino. Llega un momento en que uno se olvida del mar, y ese ruido se convierte en un nuevo tipo de silencio, el silencio de la repetición.

Esas noches en San Antonio, en nuestras pequeñas excursiones al pueblo, en busca de las provisiones indispensables, Marino (sí, así se llama nuestro amigo, en un pleonasmo involuntario) ponía siempre el mismo CD. Empezaba con unos silbidos enigmáticos, y después la seductora voz de una mujer, en un idioma que conjeturábamos búlgaro, o turco, o algo así.

Las canciones se sucedían de una manera deliciosa, y ya formaban parte del paisaje: esto es, pinares, médanos, canciones con silbidos e idioma enigmático, y despensa del pueblo.

Sólo unas pocas canciones estaban cantadas en inglés, la que más nos gustaba decía: "Post Industrial boys are wonderfull boys, they read some James Joyce, make carrefull choices. Post Industrial boys just grabe to Village Voices, they play with casual toys, just make some noise....", y eso nos parecía una buena síntesis, irónica y contundente.
La parte instrumental no le iba en zaga y estaba plena de sutilezas sonoras, en un electro-pop que recordaba a Massive Attack y a Tricky.
Lejos del "te clavo la sombrilla" del bullanguero verano bonaerense, nuestra canción del verano nos traía exotismo y secretos en forma de susurro.

Estábamos en la pequeña casa de madera, frente al mar, y seguíamos escuchando estas canciones, que ya por unanimidad, eran nuestra música favorita.

Nuestra ocupación predilecta, además de escuchar este CD –a esta altura ya mítico-, era fantasear con la vida de nuestros vecinos. Allí dábamos rienda suelta a nuestro primitivismo barrial –elegantemente escondido bajo la piadosa denominación de "curiosidad"-
Y hasta le pusimos nombre a nuestros vecinos, a saber: Patricia Dal, Pino Solanas, la dama Kabuki y la Cheta Mala. Los supusimos integrantes de una secta, la secta de los descorchadores de vino. Todas las noches, la mujer que se parecía a Patricia Dal, venía a nuestra casa y nos pedía prestado el destapador de vino. Pensamos muy seriamente en cobrar un arancel por el descorche, pero luego nuestro sentimiento pro-etílico nos hizo desistir de la idea.

Para ese entonces, dábamos por sentado que el hombre que se parecía a Pino Solanas estaba secuestrado. Nos dimos cuenta por el abundante humo que salía de la casa (o quizá había trasladado el set de filmación al garaje, o la secta de los descorchadores de vino lo tenía cautivo -en ese caso no quedaban dudas que la Cheta Mala era la culpable-).

La compañía de todas nuestras fantasías era esa música increíble, que ya estaba operando como la banda sonora de nuestro delirio. Un soundtrack "a medida", que estilizaba y le daba un marco realmente grandioso a esta historia de vino, satanismo y arena.

Una mañana vimos que a la playa sólo bajó la dama kabuki (le decíamos así porque siempre andaba con una pequeña sombrilla para protegerse del sol y era de una piel extraordinariamente blanca). Seguro que hacía danza contemporánea, vivía en Belgrano y hacía terapia grupal.

Nuestras sospechas nos llevaron a preguntarnos si no sería la dama kabuki el "cerebro" de la secta, y que tanto la Cheta Mala, como Pino Solanas, como Patricia Dal, eran víctimas de esta mujer escondida bajo la sombrilla.

Pero tanto voyeurismo se vio interrumpido: había llegado el momento de partir, y el enigma se quedaba en San Antonio. Nunca supimos realmente qué pasaba en esa casa blanca, también cercana al mar; sólo podíamos afirmar que tomaban vino cual esponjas y que no tenían destapador.

Ni bien llegué a Buenos Aires, hablé con un amigo que conoce mucho de música electrónica, y le pregunté si conocía al grupo de los silbidos. Inmediatamente me dijo que sí, que se llamaban Post Industrial Boys y que provenían de Georgia (una antigua república integrante de la ex URSS).
El líder de la banda: Gogi Ge.Org (seudónimo de George Dzodzuashvili) es oriundo de Tbilisi, la capital de ese país. Un país, cuyas costas son bañadas por el Mar Negro y toda la rica historia que esto supone.
Además, hay varias mujeres que aportan sus voces al proyecto, el que nació como un colectivo artístico: http://www.goslab.de/ , donde conviven poetas, artistas visuales (cineastas, pintores, perfomers) y músicos.
En Google y Wikipedia encontré más información acerca del país, y sobre todo de su lengua: el georgiano, que incluso tiene un alfabeto diferente al nuestro.

El fin de las vacaciones incluyó la tradicional arena en los bolsos, (que queda por semanas), fotos compartidas, y un deseo sostenido por la repetición de la experiencia.
Ahora, cada vez que escucho los silbidos y las ululantes voces del Mar Negro, en el CD de los Post Industrial Boys, pienso si habrán liberado a Pino Solanas, o si la Cheta Mala habrá leído los suficientes libros de auto-ayuda, como para ya estar en un ashram de la India, quemando karma.



Publicada en Nación Apache

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