© Alejandro Méndez

El desierto y su semilla [ la deriva del ningunismo y sus héroes subterráneos]

La noticia fue impactante y recorrió todos los diarios y noticieros del país. Cuatro jóvenes murieron ahogados en los canales subterráneos del alcantarillado de la ciudad de Buenos Aires.

Hasta ahí podría parecer una noticia más, como las cientos que salpican nuestra existencia cotidiana, y nos devuelven un espejo negro, precario y urgente. Pero había más; estos muchachos eran filósofos (psicogeógrafos, se hacían llamar), es decir cuatro jóvenes que habían decidido recorrer la ciudad desde un ángulo diferente, habitarla en su reverso, las entrañas que nunca vemos, un viaje inverso e iniciático.

Las exploraciones urbanas no se hacían sólo en las alcantarillas, sino también en sótanos, barcos abandonados y barrios de la ciudad. Una vez recorrieron Parque Chas, con un par de dados. Dependiendo de los números que iban saliendo, caminaban una determinada cantidad de cuadras. Casi, casi una puesta en escena de la ya mítica obra de Mallarmé.

Las caminatas a la deriva formaban parte de un viaje a través de las ideas que fundamentan la psicogeografía, pasando por el dadaísmo, el surrealismo y el situacionismo; tratando de cambiar la visión urbana, alentando a jugar, a ser partícipes, y no simples espectadores.

Éste, el fatídico, no había sido el primer viaje por los desagües de la ciudad, y además estaban muy bien organizados.


El jefe –Rodrigo Sierra.- tenía un apodo digno de un rey filósofo: Roy Khaliban ( hasta con resonancias shakesperianas debidamente anarkizadas con la K).
Roy seguía a su manera las enseñanzas de Guy Debord y la Internacional Situacionista. Sus salidas eran un reflejo de la deriva urbana preconizada por uno de los incendiarios del Mayo Francés.

Tenía una página web, donde mostraba a todos sus seguidores en qué consistía el ningunismo. Roy decía que la juventud estaba afectada por un virus social, generado por el consumo desenfrenado, y que todos vivían una vida apática que debía revertirse.


Los otros tres amigos que se embarcaron en la aventura, eran sus fieles acólitos y hasta habían subido a la web el recorrido que los llevaría a un viaje mucho más largo y definitivo.

¿Por qué el desierto y su semilla? ¿Por qué se entrecruza la notable e ignorada novela de Jorge Baron Biza, con esta historia de jóvenes idealistas? Lo más probable es que esto sólo sea producto de mi capricho y mi tendencia a reunir cosas –a priori- disímiles; pero pensando con más atención comienzan a surgir las conexiones.


Primero veamos el sentido literal de esta frase. ¿Puede el desierto contener alguna forma de vida?, desde la esterilidad extrema (pongamos por caso el desierto de Atacama –el lugar más seco de la tierra) ¿Puede haber una descendencia vegetal? ¿Algún brote ? La ciencia y nuestro deseo nos dicen que sí, nuestros ojos descreen tal posibilidad.

El Desierto y su semilla: ¿ no es un oxímoron ?

En la novela de Baron Biza – y acá haré una digresión, que tal como enseñan el Tristram Shandy de Sterne, o Jacques, el fatalista de Diderot, es la manera más segura de llegar a buen destino- refulge intensamente la vocación suicida de la familia.

Raúl Baron Biza, pertenecía a la alta burguesía cordobesa; era político y escritor.

En 1928, en Venecia, conoció a Rosa Martha Rossi Hoffmann una actriz austríaca de 25 años, que usaba el seudónimo: Myriam Stefford. El 28 de agosto de 1930 se casan en Venecia, dando una de las mejores fiestas de la época. Luego, la pareja se instala en Argentina, alternando entre Buenos Aires y las serranías cordobesas, donde Raúl tenía una estancia cerca de Alta Gracia.

Ella tomó un curso de piloto, y antes de terminarlo ya volaba su propio avión, convirtiéndose en una de las primeras mujeres piloto de la Argentina. El 26 de agosto de 1931, se mata al estrellarse su avión , en San Juan, mientras participaba de un raid aéreo.


Como el emperador Adriano, Raúl Baron Biza mandó construir un gran monumento funerario para su amada, que todavía hoy está en pie en la ruta de va de Córdoba a Alta Gracia, y consiste en un gran obelisco de 82 mts. de altura, dentro del cual se encuentra el féretro, y según la leyenda también están las fabulosas joyas de Myriam.

El sitio está cargado de reminiscencias faraónicas, sobre la losa que cubre los restos está escrito: "La maldición caerá sobre quien ose profanar esta tumba". En el granito hay dos caladuras de un centímetro de ancho, una vertical de un metro y otra horizontal de treinta centímetros, a determinada hora del día y según la posición del sol, marcan una cruz perfecta sobre la misma lápida.


En 1935, Raúl se casó con Clotilde Sabattini, de 17 años, hija del caudillo radical Amadeo Sabattini. De este matrimonio nacieron tres hijos: Carlos, Jorge y María Cristina.

Clotilde estudió sobre métodos educativos y pedagógicos en Suiza, y realizó viajes académicos por distintos países de Europa. Fue detenida y encarcelada durante el gobierno peronista, por su militancia política; debiéndose exiliar –luego- en Uruguay.


En 1958, durante la presidencia de Arturo Frondizi, fue designada presidenta del Consejo Nacional de Educación, y fue la responsable de la sanción del primer Estatuto del Docente. Para ese entonces, el matrimonio prácticamente no existía. Llegaron así, hasta mediados de agosto de 1960, cuando Raúl Baron Biza la citó en su departamento en Buenos Aires, donde ésta asistió acompañada por dos abogados para finiquitar los trámites de separación. Raúl sirvió whisky primero a los abogados, y luego se acercó con un vaso lleno a su esposa, y sorpresivamente le arrojó el contenido en el rostro, que no era no era whisky, sino ácido clorhídrico.

Raúl se suicidó inmediatamente después, disparándose un tiro en la sien; mientras que Clotilde Sabattini, fue sometida, con el tiempo, a muchas intervenciones quirúrgicas. Fue operada en Milán, por un especialista en la materia el Dr. Calcaterra, quien no pudo reparar totalmente la desfiguración producida por el ácido.


Algunos años después, su hija adolescente María Cristina, se suicidó. Por su parte, el 25 de octubre de 1978, unos meses después de elaborar un importante informe para la UNESCO sobre las condiciones laborales de la mujer en la Argentina, Clotilde Sabattini, se suicidó arrojándose por la ventana del edificio donde vivía.

En 1998, su hijo Jorge Baron Biza, periodista y escritor, publica la novela que da título a esta nota: El Desierto y su Semilla, la que se desarrolla mayormente durante la larga estadía de Clotilde Sabattini y su hijo Jorge –que la cuidó devotamente- en la clínica del Dr. Calcaterra, en Milán.


El 9 de setiembre de 2001, Jorge también se suicidó arrojándose al vacío desde su departamento en Córdoba. Con esta inexorabilidad gravitacional y familiar, desapareció un escritor promisorio, que en su cuentakilómetros literario tan sólo registraba una novela.

En este punto, volvamos a Roy y sus hidalgos ningunistas quienes bucearon en las profundidades de la ciudad. Estaban asombrados porque hasta veían peces, y una flora rica y variada. Las alcantarillas de la ciudad, sus desagües eran el cauce para una silenciosa protesta.
No estaban conformes con la sociedad actual –rasgo compartido a lo largo de todos los siglos por los jóvenes-, pero su inconformidad iba más allá. Tenían necesidad de teorizarla (Roy estaba escribiendo su tesis 222) y la portaban como estandarte.


La tesis 222 era, y es, el principal manuscrito ningunista. El número doscientos veintidós surgió porque Roy empezó a ver el 222 en varios lugares. Según relatan sus amigos, mientras estaba escribiendo la tesis veía ése número por todos lados. Cuando terminó de leer La Sociedad del Espectáculo, Rodrigo notó que Guy Debord la había dividido en 221 tesis. Entonces, a modo de homenaje, le puso Tesis 222.

El mismo día de su muerte, Rodrigo dejó grabados unos poemas suyos en un reproductor de MP3, para su madre: "Mamá, yo estaré ahí durante las noches más oscuras. Yo seré las alas que guíen tu vuelo quebrantado. Yo seré tu refugio cuando la furiosa tormenta estalle. Siempre te amaré, por toda la eternidad. Adiós es la palabra más triste que jamás escucharé".
Roy y sus amigos ya estaban del otro lado, habían traspasado -como la Alicia de Carroll- la zona, y el pasaje fue más rápido y violento de lo deseado. No pudieron volver.


Tanto Jorge Baron Biza, como Roy y su hueste situacionista, veían al mundo como un gran páramo yerto, un escenario liso y resbaladizo (un desierto), donde sólo la tragedia lograba anclaje para depositar su fatal semilla, y con una puntual insistencia les devolvía las negras flores de su simiente.

Córdoba y la clínica del Dr. Calcaterra en Milán, Buenos Aires y sus desagües fluviales, eran el desierto, el teatrillo cruel y áspero donde vivían estos héroes subterráneos, los que siguiendo la mitología teatral -Deus ex machina mediante- atravesaron tempranamente el umbral.



Publicada en Nación Apache.

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