© Alejandro Méndez

Elogio de lo pequeño

Primer plano sobre un papelito arrugado con el listado de canciones. La cámara sigue morosa las alternancias de zapatos, micrófonos e instrumentos musicales.
Una espalda que apenas se mueve, una voz que pide permiso, pequeña, concentrada, encantatoria:

I got caught in a storm/ and carried away /I got turned, turned around.

Con suma lentitud se puede ver su perfil enmarcado por un cabello cortísimo y el brillo intermitente de un discreto pendiente de plata.
Los ojos cerrados, las manos volando, y una media sonrisa de una gentileza infinita. La gracia en forma de mujer.

Soon this space will be too small / All my veins and bones will be burned to dust / you can throw me into / a black iron pot / and my dust will tell / what my flesh would not.

Y cuando uno ya se resigna a no conocer el rostro, sabiamente el camarógrafo nos devela una presencia estremecedora que traspasa la palabra, la voz, el cuerpo.

Sur la marée haute / Je suis montée / La tête est pleine / Mais le cœur n’a / Pas assez…

La mayor parte del tiempo con los ojos cerrados, buscando algo en el espacio, en el afuera y atrayéndolo hacia ella. Como si enhebrara una partitura no escrita aún. Con extrema humildad, plantando notas sopesadas en el aire, cargadas de electricidad y devueltas en forma de rezo musical.
Ella nos mira como si fuera la primera vez, y conciente de esa intensidad, baja la vista.
La cámara se vuelve a perder en sus manos ligeras y musicales, y se funde en la mirada mesmerizada del público.

Why don’t you ask me/ How long i’ve been waiting / Set down on the road / With the gunshots exploding / I’m waiting for you / In the gloom and the blazing / I’m waiting for you…

Ni una sola lágrima. Exhala las últimas notas de una nueva canción con la precisión de una trapecista concentrada en la cuerda que la sostiene. Delicadamente se detiene, y ofrece una sonrisa.

Llegarás mañana / Para el fin del mundo / O el año nuevo / Mi esqueleto baila / Se atavía de nuevo / De su traje de carne / Su peinado de fuego / Salgo a encontrarte a medio / A medio camino…

Ya sabe que su fin está próximo y en lugar de optar por la rabia; decide ofrendar, poner toda su humanidad en una entrega exquisita. Agradece con las manos, con la voz, con la mirada, con el silencio.

He venido al desierto pa´ irme de tu amor, / ¡Que el desierto es más tierno y la espina besa mejor!/ He venido a este centro/ de la nada pa´ gritar...

Éste fue uno de los últimos recitales que dio, en Abril de 2009, en un pequeño departamento de Montreal, para un reducido público; cuando la enfermedad ya había tomado el señorío de sus huesos.

Pese a lo extraño de su conformación, su nombre nunca me había provocado curiosidad.
Un cd escuchado en una fiesta bulliciosa, hace unos cuantos años, una noche de enero, tampoco me retuvo de esa manera especial con que algunos cantantes nos interpelan.
Como algunos libros que a veces se nos muestran esquivos, pese a las recomendaciones de amigos y críticos, y a los cuales recién sucumbimos en los momentos menos esperados; así, tardíamente, se me reveló esta trovadora excepcional.

Lhasa de Sela: una voz que podía flotar en varias lenguas. Español, francés e inglés. En esta última lengua era donde su voz adquiría la mayor profundidad, una riqueza de matices y un fraseo proveniente de las entrañas.

My song is so so small / My song is so so small/ I could get down and crawl/ Searching from Wall to wall/ And never see anything at all.


En pocos meses hice una carrera contra-reloj para conseguir todos sus discos, mientras ella hacía otra mucho más definitiva, para detenerse, exacta, el 1 de enero de 2010.

Después de su muerte, en la ciudad de Montreal nevó por más 40 horas seguidas; prueba de que la naturaleza también puede ser coreográfica.

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Publicado en el número 22 de la revista virtual RULETA CHINA

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